domingo, 10 de junio de 2007

la ultima balada de la sonrisa de plata

Mi cara debió ser un autentico poema al salir de la reunión y constatar que tenia 10 llamadas pendientes, desde las 3 a las 4, todas ellas de mi madre, excepto la ultima, de las 4:07, que venía del hospital en donde mi padre se encontraba ingresado.

Nunca habíamos tenido una relación sencilla, nuestros egos chocaban constantemente, y el único periodo de paz en la casa había llegado durante los últimos cuatro años, que era el tiempo que hacía que no la que pisaba, desde que en aquellas navidades la discusión fue tan dura que terminaron volando objetos por todos lados.

Ni siquiera recuerdo que pasó en aquella ocasión y dudo mucho que el tenga la memoria más fresca, simplemente buscaríamos cualquier excusa para demostrarnos odio mutuo, como siempre.

Incluso cuando hace poco tuvo el amago de infarto, las noticias de su hospitalización y lenta mejoría me las traía mi madre, con el corazón lastimado mortalmente por mi ausencia al lado de la cama del hospital.

Orgulloso, en ningún momento di mi brazo a torcer, pero al ver esas llamadas y temerme lo peor, fue como si un rayo atravesara mi pecho y soltando el maletín corrí a buscar un taxi.

Poco mas recuerdo de esta tarde, hasta que ahora me ha dado por rememorarlo todo mientras este condenado ascensor va parando en cada maldita planta. Como retardando el momento.
Cuando por fin alcanzo su planta, salgo frenético por el pasillo, rebuscando en mi memoria la ubicación que me describió mi madre entre lagrimas, por si un día me pasaba por allí.

Alcanzo la habitación extrañado de no ver a nadie, y entro con el pulso acelerado, con mi corazón intentado entrar antes que me pare en la puerta, y allí esta él, tumbado placidamente, como si el mundo no avanzara a su alrededor.

Su rostro, surcado por arrugas que no recordaba, se gira y me sonríe, dando una ligera palmada en el colchón, reclamándome a su lado, a donde acudo con la inocencia de cuando era niño, y me sentaba en su regazo a escuchar cuentos, antes que nos distanciáramos.

En esta ocasión ninguno de los dos hablamos, tan solo unimos nuestras manos, y dejamos paso a las lagrimas, recordando que no son necesarias las palabras entre personas que se sienten unidas.

Tras la reconciliación empieza a contarme un cuento, como entonces. No hace mucho le hubiera parado espetándole alguna grosería, pero ahora sus palabras alcanzan mi corazón, musitando que lo siento, apoyo mi cabeza en su pecho y siento que caemos juntos en los brazos del sueño, mientras su voz se convierte en un susurro y yo siento sus rítmicos latidos.
Dudo mucho que mi memoria sea capaz de traer del pasado o del futuro un momento mejor que este.


Cuando por fin despierto la noche cerrada se ve por la ventana, una enfermera me ofrece un pañuelo y un vaso de agua, además de comentarme algo sobre una dirección.
Noto que mi cabeza reposa ahora sobre el colchón y le pregunto por su ausencia, a dónde lo han llevado.
Con suaves palabras me repite la dirección, trata de consolarme, me habla dulcemente, pero es una dulzura envenenada.
Justo cuando estoy al borde de romper a llorar, logro reunir la entereza para preguntar cuánto rato hace que pasó, cómo no me despertaron, cómo pudieron sacarlo de debajo mío.

La veo sorprendida, pero parece entenderlo, cree que la situación me afecta y me informa que la muerte se produjo esta tarde, a las 3:59.

No entiendo nada. Me tambaleo hasta la ventana mirando a la luna, que parece observarme llorando estrellas, compasiva de la situación, con la misma cara afable que esta misma tarde me contaba un cuento, y la doy las gracias por una ultima escena, al menos se que cada luna llena, cuando la mire en el cielo, volveré a escuchar el cuento.


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