miércoles, 16 de julio de 2008

Leyendas de un peregrino (III): Foncebadon y la cruz de ferro

Cientos de pueblos abandonados salpican España, pequeños fantasma de piedra y madera, invadidos por la vegetación tratando de recuperar el terreno que antaño invadimos y a la vez ocultar nuestro paso a la memoria.

Generalmente suelen ser lentas agonías, migraciones de jóvenes y envejecimiento paulatino, salvo algunos casos repentinos, en donde siempre se esconde algún suceso traumático detrás de las ventanas rotas.



Mientras paseaba por Fondebadon mi sensación no era la de estar caminando por un paraje olvidado, pese a las casas deshabitadas, puertas desvencijadas, y la historia que rezumaba por entre las piedras, deseando ser escuchada, pero sin gargantas que la relataran.

No, aquel pueblo tenia alma propia, durmiente, esperando su momento pero consciente de que este llegaría, sin impacientarse.
Sus historias volverían a ser contadas, si es que alguna vez se habían olvidado.

Muchos de estos pueblos han sido objeto de talleres de restauración, campamentos de repoblación, donde estresados urbanitas dedican sus esfuerzos, muchas veces indocumentados, en el acondicionamiento de esas villas.
Un divertimento moderno, de esos “con encanto”, y donde el encanto consiste en madrugar y trabajar, vamos, como en diario pero encima por gusto y pagando en vez de cobrando, un gran negocio.

Foncebadon no era ajeno, y varias de sus casas se mostraban vestidas con elegantes remiendos, que no lograban esconder, ni tan solo disimular todo lo que aquel pueblo sabia, y esperaba.

Cerca de allí, en pleno monte, se encuentra la cruz de ferro, un simple crucero de hierro, anclado en una base de piedras dispares, no seria algo tan llamativo, los habrá a cientos, pero este es especial, y eso que se trata de una replica, pero será tal vez la mística del lugar, de la tradición o simplemente el influjo del cercano asentamiento.

La base de la cruz se alimenta de los peregrinos, quienes tienen por costumbre ofrendar piedras de su tierra, un peso valioso como el mismísimo oro para aquellos que llevan toda su existencia a cuestas en la mochila.
Quien no ha sido previsor, o desconocía la antigua costumbre suele dejar una reliquia prendida de la propia cruz, y allí se pueden encontrar maillots de ciclismo, camisetas, pañuelos, fotos, y casi cualquier cosa imaginable.

Y si la cruz se alimenta de los peregrinos, el pueblo se alimenta de la cruz, el faro que iluminara tan ansiado retorno, pues Foncebadon guarda secretos sin esconderlos, y aguarda a aquella que despertará sus voces hibernadas.

La gran torre elevara sus pesadas campañas que la semiderrumbaron y tañendo llamara al orden a las pallozas y al hospital.

Y es que hace mucho, cuando se inicio la tradición de la cruz de ferro, las mozas de los lugares cercanos oraban a sus pies, antes de desposarse o simplemente acudir al servicio en la capital, y allí acudió una joven burlada por el criado del canónigo.



Tras huecas promesas, el pícaro logro saciar sus apetitos de la inocente muchacha, para después huir a la caza de nuevas aventuras.
La joven lloro e imploro ante la cruz, oxidando sus lagrimas la base de ferro, y sus lamentos hirieron al alma de un pueblo bondadoso.

Después de muchos años, quien sabe cuantos, la cruz dará por concluidos los tormentos de tan cruel sujeto, y resarcida la pena de su victima, si esta es capaz de dejar de llorar allá donde se encuentre, el pueblo resurgirá de sus cenizas cual ave fénix.

Mientras tanto el pueblo aguarda las señales de cielo e infierno, a que los dos protagonistas de tan aciaga noche olviden, y el crucero domina la región desde lo alto.


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Rastreando por la red en busca de las fotos adecuadas, he encontrado muchas escenas familiares, sitios que vi durante mi propio camino, y se me han avivado las ganas de volver a pasar por esos lugares, de volver a empaparme en historias y gentes, y de buen comer, por supuesto.

Me propuse volver en el 2010, pero ya veremos si aguanto tanto :)

Por cierto, la leyenda existe en realidad como parte de la novela picaresca “La niña de los embustes, Teresa del Manzanares” de Alonso del Castillo Solórzano

1 comentario:

Anónimo dijo...
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