lunes, 12 de julio de 2010

sorbos de añoranza


Mientras bajaba la cuesta del parque escuchaba el blues más triste del mundo inundarlo todo de melancolía, recuerdos de una mesa llena de cervezas, risas y abrazos hasta que la mañana se tiñera de rojo, desterrando la oscuridad.

Los sueños impulsaron nuestras vidas, ardiendo en la hoguera con rapidez inconsciente, la más sana de todas, aquella en la que no existe más que el ahora, y siempre una carta te sacara de la cárcel directo a la salida, con un billete en el bolsillo y una camarera sonriente, donde solo tendrás que volver hacia atrás para retornar al mismo punto.

Hoy en cambio cruzo bajo el puente para llegar al valle, y miro las lapidas que forman las paredes, montones de nombres que no escuché jamás, pero hoy son mis vecinos, pues el mío se encuentra también allí grabado.

Te encuentro bajo el mismo árbol de todos los años, con tu vestido negro, carmín encendido y dos pintas en la mesa.
El anillo guardado en el bolso, junto a la foto de tus hijos, tan entrañable como siempre que pese a haber rehecho tu vida sigas aparentando esperarme, jamás te negaría la felicidad de volver a vivir, pero que una vez al año vengas aquí y riamos brindando por los recuerdos es más de lo que puede pedir cualquier alma errante.

No creo que a la señora Rochester le importe si tomo una rosa de sus macetas para prenderla en tu melena, y Charlie me coloca la corbata antes de sentarme.

Mañana, cuando el sol aparezca tendremos la bien conocida resaca, como entonces, y al igual que tantas veces te dolerán el alma, el corazón, y la razón, sin que recuerdes haberlas tocado, varias cervezas vacías te saludaran y yo esperare un año entre tumbas tu visita, pero por esta noche te alquilaré mi corazón para que duermas en él.