New York, lugar mítico al que los sueños viajan sorteando nubes de algodón, deseando atiborrarse de mundo, de gente, de sus cien mil culturas. Conocía sus calles como si hubiera vivido allí siempre, y sin embargo nunca sus pies habían surcado sus venas de asfalto.
Hacia tiempo, mucho más del aconsejable que llevaba planeando este viaje, siempre junto a ella, que anhelaba conocer la cosmopolita urbe, y dejarse seducir por los neones musicales, cual betty boop de carne y hueso.
Tal vez esa visión mas alocada y comprobar como pocos de los planes coincidían, una vez en las imaginarias avenidas, le debían haber alertado, que el día y la noche se alejaban irremediablemente, y aunque ya se canso de otros muchos motivos que se lo indicaron, todavía fue para el una sorpresa su traición.
Su corazón todavía yacía aletargado en el fondo del pecho de aquella que una vez se lo robo, hacia tantos años que su vida no parecía concebible en otros parámetros, y allí estaba el, tratando de olvidar, pero logrando recordar.
Al sentarse en su asiento, comprobando el número del billete, se ubico junto a la ventanilla, reposando la frente en el cristal, siendo consciente del vacío que imperaba en el asiento de al lado, donde se hubiera sentado aquejando un viejo pero mínimo vértigo.
Un asiento huérfano de su risa y su rostro.
Era increíble como en tan poco tiempo la vida podía cambiar tanto, sueños rotos e ilusiones vertidas por el sucio inodoro.
No lograba explicarse por que hacia ese viaje, a un ciudad que por supuesto tenia atractivas, pero que no estaba entre sus prioridades para visitar, y desde luego donde todo le causaría lacerantes heridas, y sin embargo, allí estaba, sintiendo el empuje del despegue, que le aplastaba contra el asiento.
Una vez estabilizado, decidió ir al baño, despejarse con un poco de agua fría sobre la cara, y satisfacer la curiosidad natural, comprobando con que otras almas en pena compartía vuelo.
Detrás suyo, mientras subía la bolsa, pudo ver a un jubilado de mirada nostálgica, pero rostro férreo, que mientras vertía ausente el contenido de una elegante petaca en un vaso, examinaba un sobre en el que reconoció la figura de babe ruth.
Le resulto curioso, esos sellos, aunque no tenían un gran valor comercial, eran muy preciados entre los fans, y no solían utilizarse en el servicio postal.
Pero más curiosidad le produjo ese contraste entre el rostro pétreo, propio de alguien acostumbrado a domar a la vida a su antojo, y esa mirada perdida, que atravesaba sello, sobre y avión, escrutando el vacío en busca de quien sabe qué.
No cabía duda que la vida había golpeado duro y una ocasión de más sobre aquel curtido guerrero, que buscaba refugio de la impresión de esa carta en el wiskey de su petaca
Temiendo ser descubierto, avanzo por el pasillo, observando de entre la gente, como al fondo reposaba un fornido armario ropero de varios cuerpos, que llevaba su sombrero pasado de moda inclinado para taparle el rostro. Iba dormido, o eso aparentaba, pues los movimientos de su mano, jugando con los caramelos de la compañía revelaba nerviosismo mal disimulado, o tal vez impaciencia.
Junto a el dos mujeres, una de ellas joven e hipnótica pero extrañamente hermosa, pese a su palidez, con un cabello tan claro que quedaba pocas gamas por encima del albinismo.
Su juvenil exhuberancia, resaltada por su escueto traje contrastaba con la mujer que se sentaba en la ventanilla y que la ignoraba, quizás añorando tiempos pasados hace varias décadas.
Vestida elegantemente, se conservaba de forma excelente pero el tiempo inexorable empezaba a marcar su faz con la memoria del gran depredador que es la edad.
Tras empapar su rostro, logrando apartar un poco el efecto de la temprana hora, inicio el camino a su asiento entre pensamientos obscenos sobre la hermosa joven, quién sabe, quizás podría cometer alguna locura, aunque la visión del enorme dinosaurio del asiento adosado le enfrió los ánimos, por la posibilidad de que la acompañara.
Ensimismado en tales elucubraciones, no se percato de la azafata que servia el desayuno al viejo guerrero, hasta tropezar torpemente con ella. Y en ese momento, mientras que ella de forma comercialmente educada se disculpaba, con dulce acento francés, asumiendo una culpa que no era suya, un flash cruzo su cerebro, iluminando en su memoria.
La conocía, de hecho, había estado colado por sus huesos cuando ambos eran adolescentes, y ahora la volvía a ver después de tantos años.
Recordando ella también tras alguna pequeña ayuda en forma de referencias, y después de terminar con los desayunos, conversaron animadamente, e incluso le invito a Boston, donde ella iría en el siguiente vuelo.
Al parecer sus situaciones eran similares, y ambos pensaron en que les vendría bien una juerga por los viejos tiempos, a fin de cuentas, que le retenía a él en una ciudad donde solo le esperaba dolor.
Mejor seguir el rumbo que el destino le ofrecía, que por incierto que fuera, parecía mas fácil que las escarpadas montañas que habitualmente nos empeñamos en escalar.
Como quien deposita una primera carta del tarot sobre la mesa, esperando observar que le depararan el resto, de cartas y de años.
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Copiando a algunos que también indicáis lo que escucháis, os informo que por el hilo musical del avión sonaban Ella Fitzgerald & Louis Armstrong.
Concretamente la ciudad fue elegida por “Autumn in New York”