martes, 22 de mayo de 2018

Mario el poeta

Mario había escrito un poema que se convirtió en un gran éxito, en realidad solo había escrito uno en su vida y sabía que nunca volvería a escribir otro.

No tenía talento, y el poema era quien le había elegido a él.

Se trataba de una obra trascendental y capaz de hacer evolucionar la mente de quienes lo disfrutaban, pero sus versos eran tímidos y rechazaban las multitudes, por eso escogieron a quien no era en realidad escritor.

Pese a todo cuando fue recitado la acogida fue abrumadora, y se sucedieron sesiones para escucharlo, los críticos se peleaban por la asistencia de Mario y su poema.

Poco a poco el asunto fue siendo más conocido y Mario empezó a frecuentar tertulias y debates, cada vez más populares y alejados del mundo literario hasta que se convirtió en un personaje irreconocible.

Las grandes masas le seguían y buscaban sus opiniones, aunque jamás hubieran leído, no ya su poema, sino un libro de cualquier autor.

Un día Mario intento convertir su poema en canción, pero descubrió que el poema le había abandonado, ya no era capaz de recitarlo y como nunca lo había publicado en un libro prefirió olvidarlo, ya tenía su éxito.

Aquellos versos de nuevo libres buscaron otra persona que los leyera en círculos reducidos, cafeterías de olor añejo y pequeñas bibliotecas, solo odiaban tanto como la fama a los cantautores pretenciosos, y Mario cumplió ambas defectos.

viernes, 4 de mayo de 2018

Cadenas con memoria

Edelmiro subía cada mañana del huerto zurrón a cuestas con ganas de almorzar y jugar la partida al calor de los carajillos.

En el pueblo tenía fama de raro por qué prefería dormir en la caseta de labores y empezar a trabajar con el primer rayo de sol, entre eso y el bar de la plaza podría haber vendido la casa y quedarse solo el buzón.

Siempre parecía estar a punto de irse, como si llevara todas las pertenencias encima, y no se le conocía familia pese a llevar en el pueblo media vida.
Y sin embargo cada 15 días recibía una carta de la capital, siempre sin remite y cada vez con letra distinta en la dirección.

Esa mañana se le veía aún más nervioso de lo acostumbrado y jamás hablaba con nadie hasta leerla.

Preso sin barrotes, atado a un nombre que no era suyo, esperando noticias que lo liberarán.

Tras la guerra se refugió en la serranía, oculto de su primo que desde el bando contrario lo perseguía. Un amigo se las arreglaba para que alguien le enviara las noticias, y si permanecía en peligro.

La mañana en que le llegó al fin la esperada misiva de la muerte de su captor, la casualidad quiso que su espíritu volara libre al fin.