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Se separó del viento para visitar la ciudad, pretendiendo compartir un beso con una joven pareja enamorada, aprovechando que la primavera calentaba calles y corazones.
Pero una visita de sus primos del norte glacial abortó la misión de los labios apasionados, y desorientado no pudo remontar el vuelo,
quedando atrapado en un local de mala muerte, mezclándose impúdicamente con humos de tabaco negro y embriagado de efluvios etílicos.
Logró escapar cuando alguien salio dando tumbos por la puerta.
Fuera creyó reencontrarse al ver a una mujer acercarse insinuante a un hombre solitario, que avanza con la mirada en el suelo.
se deslizo entre el aliento de las palabras, soñando para darse de bruces con una mera oferta comercial, transacciones de madrugada, rechazada cortésmente.
Tiempos extraños en los que cupido debe haber tomado psicotrópicos.
Helado, el soplo de viento recorre calles iluminadas de neón, atropellado entre taxis y levantando travieso alguna minifalda para entretenerse.
Girando por una farola fundida se topa de narices con un atraco, quiere chillar pero nadie le oye, salvo una cría de gato abandonada, que maúlla feroz, y un vecino desconsiderado que brama por silencio desde la ventana.
Corre buscando a la autoridad para encontrársela en un control rutinario, siendo aspirado para luego entrar en un frío tubo, orgulloso de alcanzar cotas de record olímpico.
Lastrado por el cemento de las lágrimas de una joven despechada se pregunta cuantos siglos dura una noche.
Casi no le queda aliento cuando un soplo helado lo empuja al interior de un café, donde me encuentra apoyado en la barra, haciendo tiempo para esperar al autobús nocturno junto a un chocolate con churros.
Al calorcito se asienta en mis pulmones, y se duerme, reposando mientras subo y me acurruco en el rincón trasero.
Ninguno de los tuvimos una buena noche, y malhumorados renegamos del sol que ilumina fracasos, pero nos juramos uno al otro que mañana será mejor, o por lo menos distinto.