martes, 14 de abril de 2009

El dragón bajo el río

Las sombras de la mañana y del ocaso, tendidas y rotundas, eran sus leales aliadas, camuflándole del resto de la gente.
Por eso era el único momento en que se le veía recorrer la calle principal, a un extremo del pueblo por alimentos, al otro por un café, el periódico y algo de conversación.

Pegado siempre a la pared, donde podía ver claramente definida su sombra, con todas las formas adecuadas y en la proporción adecuada.
Si alguien se percataba pese a sus cuidados del defecto que le atormentaba, siempre lo disimulaban, pensando que seria efecto de la luz, a fin de cuentas, nadie podía tener solo dos dimensiones.

Su cuerpo era anormalmente fino, cada costado estaba totalmente definido, sin peculiaridades reseñables, pero frontalmente se podría haber escondido tras una farola sin que sobresaliera nada.

El mediodía en cambio era descarado e insolente, mostrando con crueldad su condición.
Por eso se mudó hacia años al pequeño pueblo, donde nadie preguntaba nunca nada, y una frase no terminada tampoco era forzada a continuar, ni invitaba a suponer.
Las frases también gustan de su propia intimidad, cálida y acogedora.

Aquel pueblo perdido había sido importante en su momento, aún lo era para sus habitantes, pero ya nadie se aventuraba a violar sus montañas, para arañar el alma del dragón.

Y es que en sus profundidades habitaba en verdad un dragón.

Quienes conocían la leyenda aun podían ver las marcas, el puente era su espina dorsal, las columnas a la entrada de la avenida sus colmillos, y los preciosos metales de las minas los huevos de sus crías.

Ralentizado su espíritu por los siglos de letargo, tuvo que observar impotente el saqueo de los inconscientes, siendo los lugareños mas ancianos conscientes que algún día sus fauces clamarían venganza.

Cuando ese día llegó, los periódicos enviaron la noticia a panfletos de dudosa credibilidad o a programas de madrugada, con presentadores de ojos vidriosos, entre ovnis y fantasmas.

Como interpretar de otra manera que calles y árboles se rebelaran a sus habitantes, que las mismas montañas tronaran y las aguas se convirtiera en aliento de fuego, reclamando que le restituyeran su perdida, y le trajeran a los profanadores para ensañarse con ellos, sin que nadie osara enfrentarse a sus garras, aún lentas pero mortales.

Nadie le echo en falta cuando el hombre en dos dimensiones al fin encontró una utilidad a su maldición, permitiéndole pasar desapercibido hasta el río, el antiguo yugo que sometiera al dragón.

Restituidos los arcanos hechizos por su sola presencia y compromiso, el dragón fue doblegado, siéndole entregado al menos el don de poner nuevos huevos.

Ocultos ambos descansarían por incontables eras, la hembra de dragón y el hombre en dos dimensiones, haciéndose compañía mutuamente.
En la entrada del pueblo se erigieron dos estatuas, una cabeza de dragón y un hombre, inusualmente fino, en posición tranquilizadora.
Quizás algún visitante ocasional pensara en San Jorge, pero los ancianos sabían muy bien del significado del tributo a quien salvara el pueblo.


2 comentarios:

Andaya dijo...

Preciosa historia de soledades compartidas. Y él, con su carencia, fue el único capaz de despertarla de su letargo y contener su furia. Da que pensar.
P.D.
Más allá de tu imginación, los simbolismos son esquisitos.

Chucho dijo...

Lástima que le sometiera, los tiempos invitan a cualquier cosa menos a la templanza.

Ya hablamos de Roxette en otra ocasión, he quitado lo que estaba sonando (El tren de Leño) para volver a disfrutar esta pieza, perfecta para un viernes.

Buen finde!