Sé que apenas me conoce, pero le ruego que lea atentamente esta carta, y que esta sirva como despedida, para aquellos a quienes pudiera interesar mi final, si es que existen estos y principalmente por mi acompañante, de quien seguro se estará preguntando su paradero.
Permítame señalar que es curioso como determinados sentimientos son capaces de dirigir nuestros pasos por caminos insospechados, especialmente los más intensos, aquellos que como la desesperación, el amor o el odio, se nos agarran con garfios de acero al estomago, alterando las más profundas convicciones de una persona para conducirnos al destino que dictan.
No me tengo por una mala persona, pero sin lugar a dudas me he encontrado siempre superado por las circunstancias, a las que respondí repetidamente con el peor camino posible, habitualmente preso del miedo o la locura imprudente.
Pero no es este el lugar para esa historia, pues mis pecados ya fueron juzgados y sentenciados.
La ultima vez que huí de la prisión, creí que podría encontrar el anonimato entre el bullicio de la ciudad, por lo que decidí empezar por sustituir mi atuendo de presidiario por algo más común, convirtiendo el ropero de una casa, en ausencia de su dueño, en improvisada tienda, donde me adueñe de un elegante traje y un abrigo que me protegiera de la fría niebla londinense, junto a un sombrero de cazador destinado a hacerme más irreconocible.
Alabando los gustos de mi desconocido benefactor, me dispuse a confundirme con la multitud, cuando fui arrollado por una decena de personas en la misma puerta nada mas abrirla. Creyendo haber sido descubierto, sentí el terror en mis huesos, pero un poco más de atención a sus casi incoherentes palabras reveló que me habían confundido con el dueño de la vivienda, y que en realidad me pedían ayuda respecto a la desaparición de una joven.
Desconcertado, traté de dar evasivas, eludir sus peticiones aterrado por la posibilidad de ser descubierto, hasta que alguno de los comentarios atravesó mi cabeza como un relámpago. Distraídamente traté de mirar a mi alrededor, identificar mi ubicación, que confirmé al ver el letrero de Baker street, ni siquiera hacía falta ver el número sobre el portal, evidentemente era el 221B. Era increíble que fuera tan estúpido de meterme en su casa a cambiarme, todo Londres a mi disposición y decido suplantarle a él. Gracias a dios que se encontraba ausente o hubiera sido el hazmerreír.
Decidido a huir por cualquier resquicio, empecé a apartarlos, hasta toparme en mis narices con la foto de un ángel rubio, la joven desaparecida junto a su novio en un páramo. Aquel fue el segundo error grave del día. Por algún motivo soy absolutamente incapaz de resistirme a la belleza femenina, y esa foto parecía estar hablándome.
Cuando quise recuperar la fuerza de animo me hallaba en medio de un páramo, escuchando el relato de cómo habían encontrado las abundantes marcas de sangre y jirones de la ropa del desafortunado novio, aparentemente difunto por la cantidad de sangre.
Los llantos desconsolados de la todavía joven madre me obligaron a dar a la falsa sensación de seguridad (maldita debilidad por las mujeres) y asumir el caso, usurpando la identidad del detective más famoso, como si supiera lo que hacía, además de alejarme de la policía, a quienes desaconsejé por completo involucrar, por si de un rapto por rescate se tratara.
Así que en lugar de huir rápidamente como me pedía el sentido común, mis pesquisas empezaron por hablar con los vecinos, ponerme al día sobre la vida y otros posibles sucesos reseñables en el entorno del páramo.
Lo más llamativo era una leyenda sobre un animal salido del infierno y que recorría aquellas tierras para cazar al linaje de los antiguos señores de la región. Un cuento para asustar crios, sino fuera por que varios lugareños afirmaban haberla oído e incluso visto recortada en el horizonte la silueta de una fiera que respondía a dicha leyenda.
También recibí testimonios de gente a quienes les habían desaparecido reses y lo achacaban al retorno de un heredero de la maldita estirpe, que hubiera provocado el retorno de la bestia desde el averno. Lo que si me dejo helado y sin aliento, fue que un campesino me agradeciera tener tiempo para buscar a la muchacha, en lugar de gastarlo inútilmente en el incauto heredero, ya sentenciado por la justicia divina.
Al parecer, el autentico detective se encontraba en el castillo investigando el misterio, como me reveló un vistazo al periódico. Justo a tiempo, mi siguiente intención era acercarme allí, y no quiero imaginar el resultado al ser descubierto. Al menos ya sabía por que encontré la casa desocupada.
Aterrado, y por fin consciente de lo peligrosa de la situación, caí presa del miedo y corrí tratando de huir hacia el páramo, sin percatarme que anochecía, lo que me dejó como única opción el buscar cobijo del viento en una hondonada, desde cuyo borde se podía observar el castillo señorial.
Allí estaba, reflexionando una vez más sobre mi tendencia a encontrar problemas absurdos, cuando un aullido me sacó de mis pensamientos, logrando observar la figura de una bestia enorme, semejante a un gran lobo internándose en el paseo arbolado anexo al castillo. El brillo rojizo que desprendía bloqueó cualquier posible reacción, al punto de llegar a sentir un calor creciente cercano.
Totalmente paralizado no llegué a proferir sonido alguno, ni a moverme hasta que desapareció en la arboleda. Afortunadamente, ya que al recuperar el dominio de mi mismo, advertí que el calor no provenía de los pozos infernales, sino de una hoguera mucho mas modesta y casi oculta en un recodo contiguo de la hondonada.
La intriga fue superior a la razón, de la cual empiezo a dudar que exista en mi cabeza, y me arrastré hasta alcanzar un punto donde observar que ocurría. Allí se encontraba un hombre, con las ropas hechas jirones, aunque en estado saludable y armado con una pistola que trataba de cocinar algún tipo de animal a la lumbre, y una joven maniatada apoyada contra una enorme roca.
La luz no alcanzaba para distinguir su rostro, pero no hacía falta ser un afamado sabueso londinense, con pipa de lujo, para averiguar que se trataba de la mujer que buscaba cuando me trajeron por error a esta región plagada de misterios.
Por esta ocasión y ayudado por el arma que pude observar, decidí esperar y escuchar la conversación, o mas bien monologo del captor, de donde deduje que en realidad ella lo había abandonado la misma noche de la desaparición, momentos antes de que fueran asaltados por un lobo salvaje al que abatió, no sin daños en sus ropas.
Desmayada la joven, despertaron sus más bajos instintos, y la raptó, utilizando la leyenda del lobo infernal para esconder sus cacerías en busca de alimentos.
En su mente enferma, pensaba haber cambiado su vida pública por su amor, cuando era evidente que ella se resistiría, terminando atada cuando los encontré, y es que la pasión, que tiene potencial para ser el sentimiento más bello es también el más cruel cuando se descontrola y desborda la razón.
Aprovechando el momento en que la intentaba dar de comer lo abatí por la espalda, paladín medieval liberando a la doncella, salvo por que en su estado de nervios ella me atacó y arañó la cara al desatarla.
Una vez logré inmovilizarla la expliqué toda la situación, y para ser creíble, decidí que debía incluir todo el relato aquí expuesto, incluyendo mi identidad y origen real, así como la motivación causada por su belleza al ver su retrato.
Me costó más tiempo del razonable pero al fin se calmó y pudimos charlar durante el resto de la noche, hasta que por la mañana la dejé correr hacia su familia, a quienes revelaría la ubicación del malandrín que dejamos atado, y me despedí, no sin confesarla con todo lujo de detalles mis intenciones de huir a América en el primer barco disponible.
De forma contraria a lo planificado, la seguí hasta ver que llegaba sana y salva a la ciudad donde la recibieron exultantes, aunque confundidos por la aparición del detective, quien al parecer logró resolver al fin el caso del sabueso maldito y librar del peligro al heredero de la noble familia que dominaba la región.
Mientras me dirigía entre sombras al primer callejón disponible, con la cabeza hundida en el abrigo y el sombrero calado, pude escuchar sus voces interrogándose por el nuevo misterio. ¿a quién habían confiado el rescate de la joven?
Incapaz de evitar el giro de cabeza, y observar al señor Holmes, noté como nuestras miradas se cruzaron un instante. Interpreté su silencio como una bendición, consciente de la ausencia de maldad en mis intenciones, y al arrancar le escuché afirmar a su acompañante –“Querido amigo, sospecho que estos días hemos obtenido el don de la ubicuidad y se han resuelto dos enigmas en lugar de uno”
Ya en la estación, me reencontré con ella, quien ha decidido acompañarme en mi huida a América, donde quizás me establezca como detective, esta vez siendo yo mismo, y no el pálido reflejo de otro.
Esta es mi historia, y quiero que sepa a través de esta misiva, que cuidaré de su hija, quien ha elegido su camino libremente, pero no se siente con fuerzas de escribirle ella misma.
2 comentarios:
Una historia danzarina. Baila sobre las puntas. Y da vueltas y vueltas. Ligera, sin marear, claro. Me encanta, ya lo sabes.
Me ha encantado. Misterioso principio, peligroso desarrollo y final feliz. Un aplauso para el señor Baggins.
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