martes, 11 de diciembre de 2007
La quijada del diablo
La noche la recibió irascible, teñida de un azul eléctrico y arropada de un manto esponjoso que impedía ver ninguna estrella, como una madre que ve a su hija equivocarse pero no puede hacer nada para impedirlo, aunque si pudiera la obligaría a alejarse de allí.
Nairah miraba el faro aterrada, sus viejas piedras conocieron tiempos mejores, y eso que su fachada estaba visiblemente restaurada, y las olas rompían contra los dientes del acantilado que casi parecía rodear el edificio, como si de un islote se tratase, un imaginario final del mundo.
Y en realidad así se sentía, al menos eso lo tenia claro, más difícil seria tener que explicar que hacia allí, y mientras cerraba la puerta del coche de alquiler, sentía la cercanía del pequeño jarrón oscuro con motivos orientales.
No dejaba de ser una horterada guardar allí sus cenizas, pero que mas daba, lo importante era llevarlas allí, una mujer casi desconocida con la que compartió copas, risas y confidencias a la sombra del retiro madrileño, para después pasar a la cama, fundirse en corazón y cuerpo, y finalmente despertar mientras la veía deshacerse en polvo frente a la ventana.
No se la escapaba que aquella mujer, Marie, era en realidad mucho mas de lo que la confeso delante de las cervezas, que midió muy bien sus palabras aquella noche, pero sus actos decían otra cosa, que la perdonó, que no aprovechó la ventaja que tanto trabajo y que se sacrificó por ella.
Lo único que podía hacer era devolverla el tributo, y llevar sus cenizas allí.
No sabia el nombre del pueblo hasta llegar allí, ni tan siquiera quien vivía en ese faro, aunque suponía que se trataba de Pierre, su antiguo amor. Por algún motivo sabia que esa parte de la historia era cierta, pero no tenia ni idea de que esperaba encontrar.
Si sus sospechas eran ciertas, todo debió ocurrir hace demasiado tiempo, pero daba lo mismo, sus cenizas deberían reposar allí, quizás beber los vientos desde lo alto de la torre, tal vez reposar encima de una chimenea... ya decidiría una vez dentro.
Las nubes empezaron agregar el camino según se acercaba, en lo que se anunciaba como una gran tormenta, y aceleró el paso, sin percatarse que no había otro coche o medio de transporte alguno.
Si hubiera preguntado en el pueblo, nadie la hubiera podido describir al vigilante del faro, un ser taciturno que pocas veces bajaba por provisiones, casi no debía necesitar alimento, ni calmar otro tipo de necesidades, y hasta los más viejos del lugar no recordaban a otro encargado, pero no lo hizo, y allí se encontraba, golpeando temblorosa una vieja puerta de madera, que se abrió sola, no para invitarla a entrar, sino más bien para animar a la oscuridad a salir, justo cuando los truenos golpearon el cielo furibundos.
Desde el piso superior llego una voz firme que si la invitó a aventurarse en aquel lugar al que ni las calderas del infierno parecían capaces de hacer entrar en calor, anticipando que en seguida bajaría con un candil.
Desconociendo el rango de las leyendas con las que trataba, Nairah había propiciado una nueva vuelta en el enorme mecanismo dentado que rige algunas existencias, aunque posiblemente el papel protagonista le recaía, como siempre, a las cenizas que portaba en sus manos.
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4 comentarios:
Todo lo puede el amor. Da igual hasta donde tengas que llegar y cual sea el tiempo invertido en hacer realidad las promesas que se conceden. por amor todo vale y todo se vence, aunque haya pasado el tiempo.
Besos
Me gusta el ambiente de misterio que rodea al relato. Una historia de amor cargada de un tono oscuro.
Al final triunfa el amor.
Buen relato, amigo Kaos.
Hasta pronto. Mos.
ummm a veces sobrevaloramos el poder del amor, que si bien es cierto que dentro de un corazon es poderoso, fuera de el pasa frio como el que mas
de hecho, en este caso, que no es mas que un interludio, yo no termino de apostar por el
Marie sigue susurrando, pero esta dentro de la urna, y su valedora se encuentra a solas con Pierre...
asi que es facil otorgar misterio al ambiente si ni yo se como terminara :)
El amor, surge y se diluye, no admite fronteras ni condiciones, no quiere cadenas ni contratos. El amor, en sí, es una locura transitoria.
Ya lo dice Andrés Calamaro en su último disco: "No todo lo puede el amor". Estoy de acuerdo con él y contigo. Saludos cordiales.
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