Conduces sin rumbo entre los neones y semáforos, colores y rostros fugaces que te recuerdan el pasado que dejaste en el otra ciudad, en casa o en el trabajo, en aquella carta nunca enviada que murió en un cajón aunque te siga doliendo, o cualquier otro recuerdo.
La ropa nueva hace las veces de pintura de guerra y traje de camuflaje, mientras las heridas de combate se guardan bien cerca, al lado del corazón.
Cierras los ojos con fuerza, negando las imágenes de la memoria, y pronto descubres que has aparcado otra vez en la misma calle, la suya, sin haberlo pensado pero de nuevo no esta allí.
Desarmado y peligroso acudes al combate sin miedo, como solo hacen los estúpidos y los suicidas.
Y aún salvas las primeras escaramuzas envalentonado por creer que has recuperado el control de tu destino. La suerte cambia cuando reprimes las ansias de arrancarle la cabeza al pincha por recordar vuestra canción, aquella que rayaste de tanto escuchar una cálida noche de verano. Y subes al monte plantando emboscadas en las que quizás caiga alguna minifalda incauta, para luego descubrirte tu mismo aprisionado.
El alcohol no te deja recordar más y solo resta la esperanza de que el general resaca te despierte mañana sin estridencias y el pasado se haya fugado al mismo desierto que el futuro.
3 comentarios:
me gustan los tipos vulnerables. será porque los veo tan humanos.
aparcar sin pensarlo en su calle, qué ternura. qué dolor.
el alcohol tiene efectos efímeros. anda que no queda qué beber...
un beso.
Aparcar otra vez en la misma calle es EL HORROR: la lluvia en el parabrisas, la luz amarilla del portal, un cigarro tras otro suicidándose por la ventanilla, y las horas pasando para al final volver a naufragar en un océano de alcohol.
Cuánta energía, digna de mejor causa, se perdió en aquella guerra.
"aquella carta nunca enviada que murió en un cajón aunque te siga doliendo".
excelente como me ha gustado.
saludos
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