Cuando pensamos en una gran ciudad, vemos la modernidad, dinosaurios de asfalto y tecnología, pero una ciudad no es tal sin burdeles ni suburbios.
Las ciudades son animales cambiantes, que mudan su piel y colores para adaptarse a los tiempos, al igual que sus habitantes.
Camaleones borrachos de luces y avenidas pisoteadas, aunque mantengan la vena cínica de bohemios que apuran la calada entre semáforos, o algunos glóbulos rebeldes sigan disfrutando de un café en compañía.
A veces nos creemos lo que queremos ver, las grandes carreteras y relucientes rascacielos, con verdes parques a sus pies, venas, cerebro y pulmón, como cualquier ser vivo.
Pero si nosotros tenemos hígado que corromper con nuestros vicios y deseos inconfesables, incluso excrementos, por que no los iba a tener de igual manera una ciudad.
¿Quién no guarda un muerto en su armario?
Tan solo tres grupos, los bebes, los crédulos e inocentes pardillos y los mentirosos,... y de ellos los pardillos o no se dieron cuenta o son también mentirosos.
Y por supuesto nunca te puedes creer lo que diga un mentiroso, aunque sean los más fiables, sabes que lo que digan serán mentiras.
Pero hoy la ciudad se vestirá de gala, lucirá esplendorosa como esa muchacha en su primer baile, y nuestras rodillas temblaran, por que nos queda poco para terminar el año, y lo haremos pensando en todo lo que deseamos que sea el próximo.
Que se repartan las cartas, que haya suerte, tengo un buen presentimiento y se lo voy a susurrar al oído a la ciudad, por que ella también tiene sus propios deseos de año nuevo, y espero que sea mi cómplice, sellando el pacto con un brindis de conspiradores a medianoche.
miércoles, 30 de diciembre de 2009
miércoles, 23 de diciembre de 2009
Mientras suene la música
Mientras suene la música.
Cuando suene estaremos juntos, sentados en aquella mesa.
El sol ya amenazaba con ocultarse detrás de un campanario, colándose tímido entre los árboles, y las notas del piano salían del bar bailando junto a la voz de la cantante, dibujando arabescos que terminaban en tu melena.
Aquella música que marcaba discreta el ritmo de las cervezas y el humo de la pipa de agua que aspiraba a convertirse en etéreo pentagrama de una tierna balada.
Mientras aquella canción sonara no importaba nada, ni que luego nos olvidáramos, ni tu marido, ni los años que llevábamos sin vernos, ni siquiera lo que nos dijimos.
Escuchándola olvidamos todo lo que conocíamos y aprendimos de nuevo.
Al final, el disco terminó y no nos volvimos a ver, pero cuentan que fue la canción más larga jamás escuchada, la más hermosa también.
Que más da que ni tu ingles ni el mío fueran los adecuados.
Que mas da que lo que pensaba haber pedido como plato de carne fueran en realidad raviollis fritos (rellenos de carne, eso si) cuando llegaran a la mesa.
Que más da… mientras aquella música invitara a navegar en tus ojos verdes.
Cuando suene estaremos juntos, sentados en aquella mesa.
El sol ya amenazaba con ocultarse detrás de un campanario, colándose tímido entre los árboles, y las notas del piano salían del bar bailando junto a la voz de la cantante, dibujando arabescos que terminaban en tu melena.
Aquella música que marcaba discreta el ritmo de las cervezas y el humo de la pipa de agua que aspiraba a convertirse en etéreo pentagrama de una tierna balada.
Mientras aquella canción sonara no importaba nada, ni que luego nos olvidáramos, ni tu marido, ni los años que llevábamos sin vernos, ni siquiera lo que nos dijimos.
Escuchándola olvidamos todo lo que conocíamos y aprendimos de nuevo.
Al final, el disco terminó y no nos volvimos a ver, pero cuentan que fue la canción más larga jamás escuchada, la más hermosa también.
Que más da que ni tu ingles ni el mío fueran los adecuados.
Que mas da que lo que pensaba haber pedido como plato de carne fueran en realidad raviollis fritos (rellenos de carne, eso si) cuando llegaran a la mesa.
Que más da… mientras aquella música invitara a navegar en tus ojos verdes.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
Sombras de la memoria
Me sirvo otra copa sin escatimar el ron mientras continuo mirando la pared vacía, un muro desnudo y blanco, pero mis ojos la ven a ella, su negra melena y esa piel pálida en la que resaltan los labios de un carmesí profundo y húmedo, goteante.
Las gotas de sangre caen delicadas de sus colmillos tratando de no hacer ruido al impactar en el suelo, donde bailan y se deslizan en la madera.
Sé que ese fulgor vital ha salido de mi cuello, igual que se que no la estoy viendo, que tan solo se trata de un recuerdo silueteado en una sombra, pero mis sentidos continúan anclados en aquella noche.
La acababa de conocer, parecía desvalida en el frio sobre aquel montón de nieve, y la ofrecí calor, vino, una cama donde reposar, sin que surtiera efecto, porque ella era muy consciente de la única forma en que podría haberla ayudado y se resistía.
Yo por el contrario era consciente de sus reservas, las defensas levantadas ante pasadas heridas, que jamás cerraría el tiempo, y es que nos engañamos cuando afirmamos que las arenas del tiempo lo curan todo, jamás pueden con las heridas del corazón.
Sus ojos traslucían pena, compasión, pero también una firme determinación, la de aquellos que han consagrado su vida a una misión. Más tarde me enteré que había jurado vengarse de aquel que la convirtió, pervirtiendo su alma, y que además la había arrebatado su nueva no-vida, acabando con alguien importante para ella.
Enamorado de aquellos ojos, y su mirada firme, solo pude rendirme a mi subconsciente que conocía mejor que yo mismo lo que debía hacer.
Al principio se resistió, no quería, incluso después, tal como ahora la veo erguida delante mío, estaba consumida por la pena de haberse alimentado de mi.
Mientras las gotas caían trataba de explicar, más para ella misma que para mí, que no podía permitirse corromperme, no quería verme convertido en un nuevo vampiro condenado a vagar sin rumbo ni alma, lo que solo la dejaba una opción, saciarse hasta dejarme tan seco que no volviera a levantarme.
No me importó, como tampoco me importa que ahora mi casa permanezca vacía porque afirmen que está encantada. Además es cierto, me deje llevar en su mordisco, pero me negué a abandonar el mundo tal como lo conocemos, esperando que algún día vuelva aquí y la vea en realidad, no tan solo un recuerdo sobre la pared, una sombra de la memoria.
Tan solo me dejo su nombre, Marie.
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Vuelvo a escribir de Marie, mi Marie, mi vampira preferida, que continua susurrándome sus aventuras mientras persigue a Pierre.
Aún no ha descubierto que ocurrió en el faro, cuando ya pensaba haber escapado a la maldición gracias a los rayos de sol y a aquella joven.
Solo sabe que despertó en una habitación de un faro desconocido, encima de un charco de sangre, y que allí había estado Pierre.
Lo perseguiría y lo haría sufrir, no por convertirla en vampiro hace tantos años, sino por volver a traerla, el demonio sabe cómo, y especialmente si eso implicó algún daño para su joven compañera, de quien sospecha que era la sangre.
Mientras tanto sus susurros son deslavazados, trata de orientarse, y yo me siento como el narrador de este relato, intentando ordenar su historia.
En cualquier caso, todos sus sususrros estan en la eqtiqueta Luna de sangre
martes, 1 de diciembre de 2009
13 negro
Hay un número en la ruleta de la vida que esta trucado por naturaleza, el 13 negro, y solo admite una apuesta, el alma.
Pongas las fichas que pongas, el crupier se sonríe porque sabe mejor que tu el canje de la jugada.
Igual que conoce el número de botellas que caben en tus venas o el número de besos que puede bombear tu corazón antes de romperse, mareado por tantas vueltas en la barra vertical de la luna, siempre cayendo.
Si cuando llegues al suelo, debajo habrá cojines rojos, una preciosa mujer, o los adoquines de la calle, es algo que solo descubrirás al golpear…
Aunque como todo buen jugador sabe, el resultado solo depende del número de veces que apuestes, pues el final siempre es el mismo.
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