miércoles, 16 de diciembre de 2009

Sombras de la memoria



Me sirvo otra copa sin escatimar el ron mientras continuo mirando la pared vacía, un muro desnudo y blanco, pero mis ojos la ven a ella, su negra melena y esa piel pálida en la que resaltan los labios de un carmesí profundo y húmedo, goteante.
Las gotas de sangre caen delicadas de sus colmillos tratando de no hacer ruido al impactar en el suelo, donde bailan y se deslizan en la madera.

Sé que ese fulgor vital ha salido de mi cuello, igual que se que no la estoy viendo, que tan solo se trata de un recuerdo silueteado en una sombra, pero mis sentidos continúan anclados en aquella noche.

La acababa de conocer, parecía desvalida en el frio sobre aquel montón de nieve, y la ofrecí calor, vino, una cama donde reposar, sin que surtiera efecto, porque ella era muy consciente de la única forma en que podría haberla ayudado y se resistía.
Yo por el contrario era consciente de sus reservas, las defensas levantadas ante pasadas heridas, que jamás cerraría el tiempo, y es que nos engañamos cuando afirmamos que las arenas del tiempo lo curan todo, jamás pueden con las heridas del corazón.
Sus ojos traslucían pena, compasión, pero también una firme determinación, la de aquellos que han consagrado su vida a una misión. Más tarde me enteré que había jurado vengarse de aquel que la convirtió, pervirtiendo su alma, y que además la había arrebatado su nueva no-vida, acabando con alguien importante para ella.

Enamorado de aquellos ojos, y su mirada firme, solo pude rendirme a mi subconsciente que conocía mejor que yo mismo lo que debía hacer.

Al principio se resistió, no quería, incluso después, tal como ahora la veo erguida delante mío, estaba consumida por la pena de haberse alimentado de mi.
Mientras las gotas caían trataba de explicar, más para ella misma que para mí, que no podía permitirse corromperme, no quería verme convertido en un nuevo vampiro condenado a vagar sin rumbo ni alma, lo que solo la dejaba una opción, saciarse hasta dejarme tan seco que no volviera a levantarme.

No me importó, como tampoco me importa que ahora mi casa permanezca vacía porque afirmen que está encantada. Además es cierto, me deje llevar en su mordisco, pero me negué a abandonar el mundo tal como lo conocemos, esperando que algún día vuelva aquí y la vea en realidad, no tan solo un recuerdo sobre la pared, una sombra de la memoria.

Tan solo me dejo su nombre, Marie.



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Vuelvo a escribir de Marie, mi Marie, mi vampira preferida, que continua susurrándome sus aventuras mientras persigue a Pierre.
Aún no ha descubierto que ocurrió en el faro, cuando ya pensaba haber escapado a la maldición gracias a los rayos de sol y a aquella joven.
Solo sabe que despertó en una habitación de un faro desconocido, encima de un charco de sangre, y que allí había estado Pierre.
Lo perseguiría y lo haría sufrir, no por convertirla en vampiro hace tantos años, sino por volver a traerla, el demonio sabe cómo, y especialmente si eso implicó algún daño para su joven compañera, de quien sospecha que era la sangre.

Mientras tanto sus susurros son deslavazados, trata de orientarse, y yo me siento como el narrador de este relato, intentando ordenar su historia.

En cualquier caso, todos sus sususrros estan en la eqtiqueta Luna de sangre

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