viernes, 19 de diciembre de 2008

Conversacion al ocaso



Andrajoso y maloliente, totalmente cubierto su cuerpo de pedazos de telas dispares en una amalgama desagradable y sucia, tal era el aspecto del personaje que se sentó pesadamente sobre la roca a orillas del río, con el crujido de unas rodillas que habían caminado demasiados años.
Finalmente apoyo su alto cayado en el suelo, con el extremo superior también envuelto en un enorme bulto informe, junto al pesado macuto que antes portara cargado a su espalda..

Parecía imposible que pudiera ver algo por entre las telas que impedían ver su rostro, pero allí se encontraba, cara a cara con el ocaso, en un hermoso y sereno paraje del que por supuesto desentonaba.

Junto a el, y a la vez alejado tanto en distancia como en esencia, se encontraba un joven ya con madura sobriedad pero aún conservador del ardor de espíritu y la fuerza, salvo por las indignas cicatrices de su espalda, y con sus ojos ardientes también dirigidos al anaranjado orbe que se ocultada tímido y ruborizado ante sus espectadores.

Antitesis uno de otro, pues el joven desprendía la energía pera la que su compañero era agujero negro, uno cubierto apenas sus zonas púdicas y el otro invisible tras capas de abrigo. Por un segundo giraron sus cabezas al unísono, observándose en silencio para de nuevo ignorarse durante minutos, embelesados por la belleza del atardecer.

Mientras un lejano pescador terminaba de recoger sus aparejos para marchar, el joven abrió al fin la boca:

- No se puede negar que al viejo le salieron bien los atardeceres.

- Cierto, aunque si te oyera no tengo claro que pensaría...

- Tranquilo, el también se queda todas las tardes mirándolo, no es peligroso a esta hora. Ya sabes que conocía bien sus costumbres.

- Aun así, si piensas continuar muchos siglos con esta costumbre, deberías tomar mas precauciones.

- ¿Para qué? ... Y amargarme como tú, disfrazándome de leproso, nadando en inmundicias, solo para ver como se esconde tu condena. No, gracias, siempre afronté los problemas de cara, y ya somos mayores para cambiar.

- Claro, claro, y bien que te fue con esos métodos, o necesitas que te recuerde por que deberías evitarle y como resulto vuestro ultimo enfrentamiento directo.
Al menos puedo presumir de la rebeldía, no como tú. Eternamente encadenado a esa lanza y esa copa, que debes ocultar escondidas, pues si los monjes las descubrieran te apartarían de tus preciados tesoros.
Pero no te preocupes, no estoy aquí para pelear, dime, ¿has logrado descubrir como revertir la maldición?.

- No, lamentablemente las pistas siguen ocultas. En algunos monasterios puedo recuperar parte de las historias, piezas de antiguas profecías, pero nada que aclare que debo hacer,
Si tan solo hubiera estado quieto como ahora aquel atardecer, pero no, tenia que clavar aquella lanzada en su costado y después burlarme bebiendo su propia sangre en la misma copa que Él usara la noche anterior.

- Una mala elección, desde luego, entraste en comunión con poderes que no entendías, y aquí estas, escondiéndote de la luz, y alimentándote como aquella noche, de la sangre de los desafortunados que se te cruzan.
Créeme que lamento tu condena, aunque no pienses que te vaya a ayudar, a fin de cuentas Longines es uno de mis mejores suministradores de almas.

- Lo se, “mentiroso”, es curiosos que “el dador de luz” sea tan aficionado a los atardeceres, supongo que es una cruel ironía, pero no te preocupes, la lanza me habla a veces, se que no siempre podré ocultarme en harapos, la lepra pasara, pero yo continuare, y algún día descubriré como vengarme, no solo del pez gordo, sino también de ti y tus burlas.

- Como quieras, en cualquier caso el sol ha desaparecido, y ambos debemos marchar, tu a alimentarte cuando te puedas quitar todo eso, y yo a mis dominios, alejado de estos paraísos que me están prohibidos.


Sin mediar más palabra, ambas figuras se fundieron con el aire, no desapareciendo, sino mas bien como si jamás hubieran estado allí.
El pescador, ya camino de su hogar cargado de aparejos, dudo por un instante, jurando que antes hubiera algo encima de aquella roca, pero sin poder recordarlo terminó por continuar su camino.



Cuentan algunas leyendas que Longines, el romano que clavo una lanzada en el costado de Cristo en la cruz se apoderó del santo grial, y que bebiendo de el la sangre que caía se convirtió en el primer vampiro, anterior incluso al propio Vlad Drakul.
Aunque prefiera más la leyenda transilvana, y puestos a añadirle edades al mito lo haría anterior incluso, independiente del cristianismo, esta vez he usado esta vieja leyenda, ubicando una conversación entre Longines y Lucifer en tiempos de la lepra, la plaga que asoló Europa, y que por que no pudiera provenir de las infecciones de un mordisco de tan malsano ser.

Además, aunque originalmente no fuera un dialogo, este encuentro es el que rondaba mi cabeza desde que vi estos atardeceres en el blog de Meri, y ya tocaba finalizar la historia.

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