viernes, 5 de octubre de 2007

perfecto reflejo imperfecto


Aquella casa había tenido aterrados a generaciones enteras de muchachos, circulando tantas historias ocultas en ella que algunos de los monstruos y fantasmas deberían sacar las cabezas por las ventanas para poder caber allí.

Se trataba de un engendro anacrónico, una casa baja en medio de la hilera de bloques de ladrillo, con su diminuto jardín asilvestrado y marcaba las heridas de la edad en su fachada y en el notable abandono.
Sin embargo todo era paz y tranquilidad, tanta que las enredaderas se sentían allí como en el paraíso alcanzando en varios puntos el tejado. A cambio del cobijo disimulaban piadosamente el maltrecho estado de las ventanas, con numerosos cristales rotos y madera podrida por la misma carcoma que atacó hace tanto al resto de la casa.

Los bomberos habían tenido que entrar varias veces a sacar escombros y basura de allí, pero el dueño, desconocido para el pueblo, se negaba rotundamente a deshacerse de la casa o arreglarla de ninguna forma. Siempre quedaba la opción del embargo por condiciones insalubres, pero curiosamente allí nunca se vio entrar alimaña o insecto alguno, y la fortuna del propietario siempre lograba mantener el status quo.

Pese a haberse demostrado sin lugar a dudas que estaba totalmente vacía, y ser posiblemente el lugar mas tranquilo de la ciudad, era difícil resistirse a su embrujo en una noche de luna llena, especialmente cuando en las noches de luna llena brillaba con un fulgor sobrenatural, y si se presentaba la niebla el efecto era sobrecogedor.

En esos momentos, no solo los niños, sino cualquier adulto correría para alejarse, al menos los estúpidos que pasaran por su acera, o se asomaran a las ventanas colindantes, por mas que jamás lo confesarían, y es que una vez crecidos, parece que perdemos ese encanto romántico por las historias de fantasmas, pero ahí sigue latente el miedo irracional.

Como os decía al principio, generación tras generación, los muchachos se habían retado a ver quien llegaba mas cerca de la verja, pocos llegaban a tocarla, pero algunos valientes cada cierto tiempo alcanzaban a entrar en el jardín, apartando la maleza y coronando las escaleras del porche.

Aquellos capaces de tocar el pomo de la puerta y abrirla ascendían al rango de héroes para sus compañeros, mientras que las leyendas quedaban reservadas para el selecto grupo, apenas media docena, que en todos esos años lograron penetrar en los secretos de la casa.

Leyendas, por que eso es lo que eran.
Nadie en el pueblo confesaba recordarles, no quedaban rastros de sus familias ni evidencias de su existencia, como si se los hubiera tragado la historia, pero todos conocían sus nombres.
Todos habían sido crios y sabían de aquellos que entraron para nunca salir, aunque con los años lo consideraran paparruchas infantiles.

Los niños en cambio no necesitaban más evidencias para creer que la propia casa, sus chirridos nocturnos, los aullidos del viento, reflejos de rostros fantasmales en las ventanas… y “la prueba”.
Aunque se acercaban cada cierto tiempo, una vez al año se reunían allí todos los menores de edad y se celebraba “la prueba”, la elección de un líder para todo el año, salvo los seis que nunca volvieron.

Este año, Remy y Marc luchaban en su ultima oportunidad antes de crecer, compitiendo como cada vez que habían tenido ocasión en sus vidas, rivales en todo, incluso en el corazón de Cler.

No iba a bastar con una demostración de orgullo y sacar pecho delante de la verja, ni siquiera con tantear las hierbas tras los barrotes.
Ambos entraron en el malogrado jardín, venciendo su repulsión y apartando ramas para llegar a las escaleras mirándose mutuamente a los ojos, intentando amedrentar al rival.

Su relación había sido tensa pero la confianza de dos viejos enemigos había hecho surgir un peculiar afecto, aquello no hubiera merecido la pena sin luchar contra el otro.

Finalmente abrieron la puerta, y todo el mundo se concentro, limitado al sonido rítmico de sus corazones, a punto de salir corriendo por cuenta propia. Como debía ser pasaron juntos la puerta, internándose en el sagrado santuario que tantas historias protagonizó en sus imaginaciones.

La prueba había concluido y era un empate técnico, no podía ser de otra forma, incómodos pero satisfechos y orgullosos de su respectivo oponente salieron de allí, sin correr para no mostrar el miedo que les embargaba, pero lo bastante deprisa como para perder de vista aquellos muros lo antes posible.

Marc cruzó de nuevo la verja, extrañado de por que no le animaban por su éxito o por qué todos seguían mirando a la casa furtivamente.

Remy, alcanzó a Cler, abrazándola por el éxito pero consolándose a si mismo por el mal trago, mientras ella seguía atenta a la casa.

Marc se giró y su ánimo se congeló al no ver a Remy por ningún lado, el muy inconsciente se había quedado tratando de demostrar más valor que él.

Remy empezó a llamar a Marc, asustado por si le había ocurrido algo, quién sabía lo que le había podido ocurrir para no salir de allí.

La noche fue avanzando, con los niños aterrados por la ausencia de sus compañeros, incapaces de volver a por ellos, bloqueados por el terror más profundo y ancestral, hasta que con los primeros rayos del alba se vieron obligados a confesar y alertar a sus padres, que inmediatamente llamaron a la policía, pero fue inútil, nadie encontró rastro alguno del muchacho desaparecido.

Remy discutió con Cler, quien le culpaba de lo ocurrido y empezó a tener problemas con todo el mundo hasta que sus padres decidieron mudarse, incapaces de ver la depresión de los padres de Marc.

Marc por su parte, siempre había mas implicado en la organización del pueblo, por el trabajo de su padre en política y se volcó en buscar como derribar aquel mausoleo inútil, recordatorio de su fracaso.
Aunque fue tan infructuoso como todos los anteriores intentos.

Ambos continuaron sus vidas con problemas, terminando por desaparecer de la realidad del pueblo con el tiempo y pasando al estatus de leyendas, un desaparecido más en la lista.

Aquella casa no albergaba otro secreto que ser la tinta detrás del cristal, la que obliga al vidrio a reflejar una imagen nítida.
Pero si alguien rasga la pintura de un espejo, el reflejo se rompe, la misma realidad se ve comprometida y como en cualquier lugar se aplican las reglas, siempre hay reglas.

Dos entraron, ambos salieron, pero cada uno por una parte del cristal.
Mundos unidos por un hilo y una frontera eterna. La casa, como las moradas que anteriormente se ubicaron allí, se encontraría siempre vacía, sin guardianes, como la telaraña que atrae a las moscas.

Cuando miréis a un espejo y creáis ver un reflejo extraño generalmente lo podréis achacar a un defecto en el cristal, como los pasillos de espejos de las ferias, pero en ocasiones la magia se cuela por una rendija y el arañazo en la realidad nos muestra algo tan real como nuestro propio mundo, separados por un simple vidrio.

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