Las tres de la mañana, Ann se giro y allí estaba John como siempre, a su lado, tierno y dulce, durmiendo placidamente, su adorado compañero que la iluminaba en los momentos oscuros.
Y bien que ella conocía su propia oscuridad, pero nunca dejaría que el la sospechara, o se la rompería el corazón en mil pedazos, nunca profanaría lo sagrado de su amor por ella.
Si tan solo no tuviera que dormir siempre con el cuello tan descubierto...
Su mente evocó tiempos pasados, alegres y luminosos, hasta que hace casi 15 años fue infectada, contagiada por un terrible mal, una sed impía que tiraba de ella hasta desmembrar su alma. Desde entonces lo vivió en secreto, rebelándose al destino, pues su sed la pedía, la exigía que se alimentase, pero no de las viandas comunes, estas habían pasado a ser insípidas.
No, ahora necesitaba el elixir de la vida, el rojo liquido que nutria a todos los seres, y del que ella era adicta, como del propio aire. Al descubrirlo lloro incontables días, y siempre tuvo el hombro de John para consolarse, pero cada vez que se lo ofrecía era un suplicio sin igual, pues al tiempo que la abrazaba notaba sus arterias palpitar, rebosantes de un caudal bravo y lujurioso.
Todavía no comprendía como aguanto aquellos dias sin ceder a la locura, pues apenas probo ni tan siquiera la sangre de otros semejantes, tan solo un par de infelices en los primeros días de revelaciones.
Entre espasmos de ansia, descubrió que las pequeñas criaturas, aunque insuficientes para saciarla, permitían subsistir en un estado de aparente calma durante breves periodos, y así empezaron sus noches de cacerías.
Había llegado el momento de alimentarse de nuevo, lo beso en la mejilla y abrigándose para el duro invierno salió sigilosamente por la ventana, ni el viento hubiera sido mas discreto, con tal de turbar el sueño pacifico.
Nunca entendió como los animales continuaban acudiendo al barrio, como nunca la falto la caza durante aquellos 15 largos años, pero tampoco se lo pregunto, el cielo se lo debía por maldecirla tan amargamente.
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Las tres de la mañana, como cada noche, Ann se giro y le observo, el siguió haciéndose el dormido, sabia que ella le estaba mirando fijamente, asaltada por sus demonios personales, mirando su cuello, y como cada noche desde que hace mas de 14 años descubriera su secreto, le besaría la mejilla y saldría por la ventana.
Era tan sigilosa en su intento por no despertarlo que tenia problemas para saber cuando se había ido y podía dejar de fingir, tan solo la ausencia de viento al cerrar la ventana se lo indicaba.
Durante todos esos años el conocía su maldición, aunque nunca hubiera osado preguntarla el modo en que llego a esa situación, su corazón no merecía semejante tortura. Aun recordaba aquellos tiempos en que ella, tomando conciencia de lo que era lloraba y se negaba a alimentarse. La vio palidecer y menguar, apagándose como una vela.
Sufría por ella y la ofrecía diariamente su propia vida con tal de aliviar la pesada carga, como prueba de su amor. Finalmente, cuando la solución se revelo en forma de un pequeño perro callejero, respiro hondamente y se dedicó a llevar pequeños animales al barrio.
Era difícil pues los animales olían el peligro y sabían que el final allí sería inminente, pero el siempre estaría allí para llevar suficiente alimento, nunca volvería a verla sufrir de aquella forma.
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