El maullido la despertó, pero no reacciono inmediatamente.
Había sido un día muy pesado, y sus párpados no querían abrirse, se resistían al igual que su mano, que tampoco quiso apretar el interruptor, total, otro gato que se habría posado en el alfeizar de la ventana.
Mientras pensaba esto noto el peso sobre sus piernas, y aquí si que la reacción fue al instante, su corazón pugnaba por huir del pecho, mientras que sentada en el respaldo, su respiración se aceleraba y trataba de encender al luz, impedida ahora mas por los nervios que por la voluntad.
La oscuridad solo se veía rota por esas dos luces amarillentas rasgadas, la luz descubrió al resto del animal, un enorme gato negro, tumbado y enroscado sobre su cama, sereno como si ese fuese su territorio natural y ella la intrusa, a la que miraba desafiante, con aquellas ascuas que penetraban hasta el fondo de su alma y parecían estudiarla
De repente, como ignorando el terror primordial que había despertado en ella, se bajo de la cama y acudió a la ventana abierta, trepando ágilmente por la cómoda hasta alcanzar la repisa, donde antes de salir giro la cabeza, traspasándola, reclamando toda su atención, para después mirar a la calle y desfilar con elegancia fuera del alcance visual.
Todavía desquiciada, con los nervios a flor de piel, ella corrió a cerrar la ventana, tropezando con todo, y justo en el momento en que la hoja cerraba el espacio libre, distinguió un ruido, un destello de una linterna, abajo en la calle, justo en su portal, y una oscura figura encapuchada en la acera contraria que la miraba.
Un gesto y la figura huyo, junto a dos personas mas que surgieron justo debajo de ella.
La luz encendida, su presencia en la ventana, habían evitado que alguien entrara en el portal. Desconocía sus objetivos, pero se alegraba por haberlos ahuyentado, nada bueno podían querer.
El día siguiente fue aun mas pesado, al exceso de trabajo tuvo que añadir el llamar al cerrajero para que instalara mecanismos de seguridad en su puerta y advertir a sus vecinos del incidente de la noche anterior, al punto de olvidar por completo al gato que la había asustado, aunque el fuera quien la permitió salvar la situación.
Cuando por fin pudo acostarse, fue una bendición recibir el descanso del sueño sobre la almohada.
A las tres de la mañana, sin embargo, se despertó inquieta, una mirada a la ventana la basto para despejarse por completo. Esta vez estaba completamente cerrada pero esos dos enormes círculos amarillentos la observaban desde allí, vigilando sus sueños, hasta que se deslizaron sigilosamente para desaparecer.
Desde entonces los veris cada noche, cuidando de sus sueños, pero provocándola pesadillas al mismo tiempo
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